martes, 31 de agosto de 2010

Viejo amigo




Un poco más reposada,
al pensarte,
por la espalda me asalta
la pregunta por el sentido.

Ya me cuesta enfrentar la vida
desde la espontánea fuerza
que brota del instante.

Mi racionalidad me pide cuentas
de cada paso que doy,
y me pregunto,
más acá de la espontaneidad
y del sentido,
¿acaso mi luz para ti
es producto de la embriaguez
no del instante, sino del alcohol?
¿cómo me piensas en lo cotidiano
del día a día? ¿me piensas, en verdad?

Amo el amor que brota de dos y no de uno
Amo el instante, pero también la certeza
Amo la seducción, pero también la calma.

Pero no importa, nada importa
cuando me pienso hermosa
para ti.
Nada importa cuando me siento
deseada y libre,
nada importa cuando me “siento”.

Gracias por eso, viejo amigo.

jueves, 12 de noviembre de 2009

De nuevo la nostalgia por mí misma




Aquí y ahora,

dudosa

y haciendo lo que debo

pienso en mí


En este río

un poco turbio

en que mis aguas

se entremezclan


Muero por sentir de nuevo

la frescura

de una gota de rocío

en el amanecer


¿Hacia dónde me llevo,

Rayo mía?

¿Cuánto de lo que soy

seguiré siendo?


lunes, 26 de noviembre de 2007

PROCESO



Vacío opaco es lo que siento.
Suspensión en la espera.
Mercedes nostálgica, yo nostálgica de ti, Antofagasta;
de ti en Antofagasta.

Tú supiste encontrar compañera, yo, parece que nunca sabré hacerlo.

Me veo en el futuro rodando como las piedras pesadas, duras, sin sentido, sin horizonte.
En el suelo y rodando hacia donde me lleve la fuerza.
¿cuál es la belleza de mi ser piedra?

Me resisto a ver mi propia belleza.
Lo intento... Yo, hermosa piedra, ruedo liviana cuando me pegan, cuando me mueven.
No me gusta ser piedra. No tengo fuerza ahí, me falta decisión, libertad, compromiso conmigo.
Y a veces caigo al suelo, como las piedras, allí me quedo.

La realidad no es lo que imagino.
Mi realidad es esta de ahora. Soledad, espera... bajaré a la soledad plenamente para verme.
De la nariz hacia arriba, puedo percibir mi pena que quiere ser lágrimas.

Aunque no sea cierto lo que imagino, aún así, estoy sola y me duele, me cansa, me agota...
Gota tras gota muero en la soledad, me agoto gota a gota.
Quiero ser raudal, bocanada de agua cristalina, dulce y suave... correr por entre las piedras y mi lecho.
Río caudaloso y libre, desde la cima hasta el ansiado mar que me llama a su seno.

Ahora soy viento sonoro y triste, tomentoso y solo.
No acaricio porque estoy muy arriba.
Viajo por el cielo sin nubes, por sobre las montañas.
No. No viajo, estoy detenido.
Soy viento detenido y eso me apena.
No quiero detenerme. La detención me hace sentir el estar suspendida.

Ahí vengo con fuerza. He comenzado a correr, sin rumbo fijo, sin futuro, sin sentido. Esto me gusta.
Corro en círculos por sobre las montañas, los ríos y los árboles. Es una carrera loca, loca de bríos y de fuerza.
Energía para hoy, para mañana, para siempre. Así quiero permanecer.

Cabalgo por entre los cerros... persigo, quiero, busco no sé qué...
A ti que no llegaste. Pero no sólo a ti, también me busco más allá de mi espera, en un día claro, soleado y vivo.
Busco el verdor y la frescura del amanecer, la luz de los cielos abiertos.

Ahora soy yo saltando las piedras de mi río. Con cuidado, con suavidad y parsimonia.
Trato de no caer al agua, de no mojar mis pies descalzos.
Danzo sobre las piedras húmedas, mojadas hace rato por el caudal de mi río.
Entro ahora al interior de mi caverna. También tiene agua y sonidos.

Algo llega en el aire escaso, algo que desconozco. Me aquieto y miro sobre mi cabeza y los alrededores.

Allí viene el sonido celeste de las profundidades. También llega el no-celeste, el púrpura, el color del gong.

Me estremezco entre mis sensaciones de plenitud.
Me emociono con lo celestial y mis lágrimas bajan hasta el púrpura.

Ahora me llega la música de mi corazón que hace saltar mis lágrimas. Esta viene de mí, de mi mayor profundidad, desde dentro, dentro... muy dentro.
La recibo, la acaricio, la dejo brotar, salir suave y dulcemente triste.

Lloro con mi corazón completo de plenitud y vacío.
El llanto me cura, me acaricia, me suaviza los pétalos.
Respiro, respiro hondo hasta mi corazón, y vuelo suavemente por mi espacio interior, por mi caverna.
Voy por entre las rocas y el agua fría del fondo. Algo me mueve desde el corazón hasta los pies. Estoy amaneciendo

La luz y las campanas me llaman hacia el día que comienza, hacia mí que comienzo a amanecer.
Estoy aún entre las sombras de la noche y los rayos del sol matinal.
Los pájaritos han comenzado a trinar y el sol va saliendo entre las montañas, suave, lento, alegre.
Yo Sol baño de luz los pétalos de las flores y doy la energía para la marcha entre el pasto y la hierba suave.

Voy jugando entre las margaritas y los trigales.
Amanezco y quiero sentir el calor del sol que me abriga y me invita a vivir más.
Soy una niña frágil y tenue. Mi vestido es blanco de flores.

Llevo los pies descalzos y sólo me cubre mi vestido.
Voy acariciando las espigas doradas y suaves.
No sé hacia dónde voy, sólo voy, jugando.

Ahora comienzo a correr por la pradera. Quiero agotarme en la pradera.
Me escondo de mí misma al correr, sólo por juego.
Estoy jugando conmigo... a las escondidas.

AUTODIALOGO


- Compañera,
¡ábreme el corazón!
Permíteme penetrar
en tu intimidad
para decirte,
para hablarte,
para removerte
la letra muerta
y los pasos habituales.


- Compañera,
no estoy muerta.
Mi sangre corre
aún por las venas
cotidianas ...
por eso lloro ...
me angustio
y temo, ansío,
sueño, camino
y me caigo
a rodar
por la pedregosa
cuesta de los días.

(Iquique, 1993)

sábado, 24 de noviembre de 2007

UN CUERPO PARA LA PAZ


Cuando nos preguntamos ¿qué es la paz?, la primera idea que nos surge es que “la paz es una utopía”.

Incursionando en la metáfora, que siempre es un auxilio cuando se trata de develar la esencia de un concepto, llegamos a la poesía del escritor Eduardo Galeano. El nos dice sobre la utopía: “Ella está en el horizonte. ... Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve, para caminar.” (E. Galeano, “Las Palabras Andantes”, 1996 ). La paz es una utopía y, como tal, un valor que, por más empeño que hagamos en alcanzarlo, nunca se logra; puesto que su sentido reside precisamente en eso, en moverse perpetuamente, como el horizonte. No obstante este carácter “movedizo” e “indefinible” de la paz, ella tiene una función esencial en nuestras vidas: nos invita a caminar, a ir siempre “más allá”, a trascender el momento presente para buscar el estado ideal de la humanidad sobre este mundo. Ese es el “valor” de los valores. Ellos no desaparecen nunca del horizonte. Pueden desaparecer los caminos que conducen a ellos o las huellas que otras generaciones han dejado para ayudarnos en su búsqueda. Y está bien que así sea, pues un anhelo humano fundamental es encontrar o hacer los propios caminos que nos lleven a puerto, sobre todo cuando aquellos legados por generaciones anteriores no nos satisfacen.

La paz, como utopía, no parece ser sino el anhelo humano de completación, de ser definitivamente y sin arreglos posteriores, de encontrar la tierra prometida, la salvación, la felicidad, el paraíso.

No obstante, profundizando un poco más la reflexión, nos damos cuenta de que no es precisamente su significado lo que genera problemas con la paz. Todos estamos más o menos de acuerdo en lo que es la paz y en que ella es deseable. Los problemas comienzan cuando tratamos de ponernos de acuerdo en cómo puede ser alcanzada. Son los caminos y no la meta lo que nos separa y divide.

La historia de la humanidad está plagada de situaciones en las que “en nombre de la paz” se sacrificaron los mejores esfuerzos humanos o, incluso, la misma vida humana.

Pero, entonces, ¿será este el destino inevitable del hombre? ¿Llegaremos algún día a un acuerdo esencial sobre los caminos que conducen a la paz? ¿Podemos dudar de que detrás de cada guerra y de cada barbarie comandada por seres humanos, paradojalmente, ha estado presente el anhelo de armonía y de paz?

Lo anterior nos lleva a pensar que no es en el terreno de los ideales en donde se hace evidente la carencia de paz, sino en el terreno concreto de la convivencia humana.

La vivencia cotidiana que parecemos relacionar más a menudo con la paz es la de la ternura. De hecho, es la ternura la primera experiencia en la que todo ser humano se comunica positivamente con el mundo a través del contacto con su madre.

En efecto, cuando en mis eventos cotidianos puedo sentir ternura, todo se me presenta en armonía; no tengo tiempo ni disposición para pensar en la agresión o en la violencia, menos aún para realizarla. Todo está en paz, y yo también como parte de ese todo. El mundo se presenta a mi experiencia enredado en el manto del amor, como diría la Violeta Parra. En ese amor que “es torbellino de pureza original; con el que hasta el feroz animal susurra su dulce trino, detiene a los peregrinos, libera a los prisioneros, el amor que, con sus esmeros, al viejo lo vuelve niño y al malo sólo el cariño lo vuelve puro y sincero.”

Así, cuando experimento la sensación concreta de la ternura, el amor, como la hiedra, se va enredando en mí y en todo lo que mis ojos, mi piel, y mis sentidos tocan.

Aquello que logra despertar nuestra ternura difícilmente será para nosotros objeto de agresión o de destrucción. Pensemos, por ejemplo, en nuestra experiencia de contacto con los niños. Raro es aquel o aquella que al tocar a un niño recién nacido no se enternece. A veces, incluso, basta una mirada para que la ternura brote.

De niña, recuerdo con nostalgia las caricias que mis padres me brindaban: el beso tranquilizador y la mano abrigada de mi madre cuando había vendaval, el “caballito” en las rodillas de mi padre, la moneda de premio si lograba encontrar una cana entre sus cabellos suaves y brillantes, pero sobre todo, la delicia de acostarme un ratito en esa cama cálida que los albergaba durante la noche.

Si tengo recuerdos vívidos en mi memoria, son estos.

Pero el tiempo fue pasando. Fui creciendo, “fuimos” creciendo y también endureciéndonos. No más caballito, no más pelo suave, no más besos nocturnos con manos calentitas. Hasta que, en algún momento, cuyo inicio no tengo en mi conciencia, no sólo está ausente la caricia, sino que cualquier acercamiento corporal me avergüenza, “nos” avergüenza, pues noto también en mi padre y en mi madre esa “inquietud”, esa “incomodidad” que ya nos dificulta el abrazarnos, el besarnos y el acariciarnos. ¿Qué nos pasó? Mamá, Papá, ¿en qué momento dejamos de mirarnos a la cara para expresarnos el amor mutuo? ¿cuándo fue que comenzamos a evadir el contacto de nuestros cuerpos?. Son preguntas que anhelo contestarme algún día para acortar la brecha que nos separa, antes de que la muerte nos separe definitivamente.

Lo que narro parece ser común en la experiencia cotidiana de los niños y adultos de nuestra cultura.

La conciencia de nuestro cuerpo que, de niños, constituye nuestra única y primordial experiencia de estar vivos, de sentirnos acogidos y aceptados, termina por incomodarnos, por avergonzarnos y, desde luego, por separarnos. El mundo mágico, en el que nos sentimos “uno” con lo que nos rodea, se acaba algún día para los niños y quienes logran conservarlo, en verdad, son una excepción y no la regla.


El hecho de elaborar una imagen corporal, de “ver” mi cuerpo, mi fachada, como manifestación de un “mí mismo” distinto de “Otro”, marca el nacimiento de nuestra identidad como un ser en el mundo, pero también marca el nacimiento de nuestra alienación del mundo.

Así, vamos dividiéndonos. Ya no somos esa unidad primordial con conciencia cósmica de nuestros primeros días de vida, en la que todo era uno. Ahora estamos desgarrados interna y externamente. Me hago “yo” a costa de perder esa “segunda placenta” que es mi unión con el mundo, representada en las caricias de mi madre. Me separo del mundo. El mundo no soy “yo”. Como lo expresa Berman: “Cuando niños, nos vamos desde la “sociabilidad sincrética” , la confusión entre nosotros mismos y el Otro, a la aparición de una “distancia vivida” que ahora nos separa.” (Berman, 1989: 21). Asimismo, internamente, “yo” no soy mi cuerpo, sino la imagen visual que tengo de él. Mi cuerpo es “mi fachada”, “yo” estoy dentro de él. Soy mi subjetividad y “poseo” un cuerpo. Me separo de mí misma.

La preocupación específica por el cuerpo y nuestra conciencia de él parece ausente en nuestro sistema educacional. Sólo algunos atisbos se vislumbran en la educación psicomotriz, en las clases de educación física o en algunas actividades de arte en las escuelas; pero siempre desde una perspectiva dualística, que nos separa del mundo y de nosotros mismos, en la que el cuerpo es sólo un instrumento al servicio de afanes que se consideran superiores.

A los educadores, el cuerpo parece preocuparnos sólo para establecer el control y la disciplina que requiere el adiestramiento de la mano para aprender a escribir o de la atención para aprender a leer; pero el desarrollo de nuestra corporalidad, de un cuerpo-presencia-en-el-mundo, de una conciencia focalizada, capaz de ponernos en contacto con nuestras sensaciones, con nuestras emociones y sentimientos, con nuestras vivencias internas, no es algo que parezca preocupar aún a los educadores de nuestro tiempo.

El tiempo del niño en la escuela es ocupado casi íntegramente en el desarrollo de su intelecto lógico-racional o verbal-racional; lo que deja relegada a un segundo o tercer plano la experiencia corporal y afectiva, base fundamental para el desarrollo de una personalidad integrada o, en palabras de Perls: para “... el logro de aquel grado de integración que facilita su propio desarrollo” (Perls, 1975: 56); es decir, para el desarrollo de nuestra capacidad de crecer, lo que implica básicamente, el desarrollo de nuestra capacidad de amar.

En la actualidad, dice Perls, “... somos personalidades disociadas, dualísticas, con un lenguaje dualístico, una mentalidad dualística, una existencia dualística. La profunda división en nuestra personalidad, el conflicto entre conducta deliberada y espontánea, es la característica sobresaliente de nuestro tiempo. Nuestra civilización se caracteriza por la integración técnica y el deterioro de la personalidad. Las estadísticas de la producción industrial y de los desórdenes de la personalidad muestran un incremento paralelo.” (Perls, 1975:51)

Si estamos de acuerdo con la visión de Perls sobre la condición humana en nuestra sociedad contemporánea, es válido preguntarnos: ¿con qué recursos cuento, como niño o como adolescente, para percibir los propios miedos que me impiden acercarme a mi madre para solicitar de ella una caricia, o para decirle a mi amigo lo mucho que lo aprecio? ¿Cómo habría de valorar la belleza de un atardecer o el profundo azul del mar, si no he sido entrenado en el contacto afectivo con el universo que me rodea? ¿Qué estímulo me invitará a quererme y apreciarme, si nunca aprendí cómo tomar contacto con mis propio ser?

El desarrollo de una conciencia corporal y sensorial, como vía fundamental para aprehender y apreciar el mundo y los valores que la cultura intenta transmitirnos, son vitales para restaurar la comunicación de la ternura en los seres humanos.

Si estamos de acuerdo con Humberto Maturana cuando nos dice que el amor “es la emoción que define el dominio de acciones en que se constituyen las relaciones que en la vida cotidiana llamamos relaciones sociales” ( Maturana, 1990: 63), entonces, debemos mirar con preocupación nuestro descuido de estas experiencias humanas en el ámbito de la educación formal.

La paz no es sólo un concepto acuñado en el discurso psicológico, sociológico, religioso o político; la paz es también y principalmente, un estado que se alcanza en la interacción corporal que comunica aceptación y ternura mutuas.

Cuando yo soy mi cuerpo, es decir, cuando me identifico con él y no sólo con mi mente o mi espíritu; logro comprender que todo se inicia en mi cuerpo. Por el lenguaje de mi cuerpo puedo saber lo que siento, por mi cuerpo me siento cerca o lejos de ti; es mi cuerpo quien me comunica y te comunica si, de verdad, te acepto o no te acepto. De esta manera aprendemos nuestras cualidades, aquello que realmente nos gusta o nos disgusta; cuáles son nuestros gustos, nuestros juicios y posibilidades. En una palabra, ésta es la manera cómo descubrimos el Yo y respondemos a las cuestiones capitales “¿quién soy yo? ¿qué soy yo?”

Sólo a través de la conciencia de mi cuerpo y de mis sentidos puedo superar los miedos que me impiden acercarme a ti y aceptarte; o acercarme a mí misma y aceptarme.

Las experiencias frustrantes de la vida infantil llevan al niño, como una maniobra defensiva, a ocultarse a sí mismo las sensaciones y sentimientos dolorosos. “Si logro mantener a raya mis sensaciones, estaré a salvo para siempre del dolor” parece ser la inferencia que, en algún momento de nuestra vida infantil, hemos hecho.

Es así como el niño, intentando cerrase a la sensación corporal de dolor, aprende a contener la respiración o a tensar sus músculos, lo que va generando en él, en los términos de Reich, la estructuración de una verdadera “armadura” corporal que impide el paso de la sensación a la conciencia. El problema es que esta armadura no sólo le cierra a este tipo de sensaciones corporales, sino también a todas las demás, incluyendo las placenteras de ternura y acogida.

Una educación para la paz debe comenzar con el fortalecimiento de nuestro cuerpo-presencia-en-el-mundo, mediante el desarrollo y sensibilización de nuestros sentidos y fundamentalmente, de nuestra conciencia sensorial y corporal. Aprender a escuchar, a oler, a gustar, a ver, a sentir en el contacto con otros cuerpos deben constituirse como experiencias de aprendizaje desde los primeros días de escolaridad; y, paralelamente, el desarrollo en los niños de su capacidad para “comunicar” las sensaciones, emociones y sentimientos que surgen producto de este “darse cuenta”, permitiría instalar definitivamente en ellos una actitud de apertura a la experiencia. Dolor o placer, sea cualquiera la experiencia que surja, el niño estará en condiciones, ahora sí, de “controlar” sus sensaciones, emociones y sentimientos, porque ahora puede, a voluntad, elegir la experiencia que va a formar parte de su rol vital y de las relaciones que establezca con su mundo natural y social.

Cuando puedo sentir a voluntad, cuando puedo expresar lo que realmente siento y pienso; cuando por mi conciencia corporal soy capaz de “sentir” verdaderamente en el contacto con otro ser humano, puedo llegar a comprender que mi naturaleza esencial la comparto con otros; que mi dolor es también tu dolor y mi alegría es también la tuya. De este modo, el mundo de la “comprensión” se abre ante mis ojos y, con él, el sentimiento de “pertenecer” y de “dar”. En pocas palabras, el sentimiento del amor entra en mi vida; de ese amor que es esencialmente “aceptación” del otro “en” las diferencias y en las similitudes y no “a pesar” de ellas. De ese amor que, puesto que acepta estas diferencias, no necesita “manipular” al otro para que éste haga lo que “yo” quiero que haga, hasta un grado tal que lo violento y lo agredo para tener el control, porque “sólo yo sé lo que es bueno para el”. En fin, ... de ese amor que, comenzando desde mi cuerpo y mi conciencia de él, me invita a crecer, a expandirme en múltiples niveles, a crear y experimentar nuevas conexiones, haciéndome parte de mi propio mundo, tanto como del de los demás.

Al respecto, Alexander Lowen, manifiesta que “Al aumentar su conciencia e intensificarse sus contactos, la persona va desarrollando círculos cada vez más anchurosos de relaciones. Acepta y se identifica con el mundo de las plantas y de los animales, con la comunidad en que vive, que se convierte en la suya, lo mismo que él se hace su miembro, etc. ,etc. Así, continúan ampliándose los círculos, al ir aumentando el individuo en edad. Si no se cercena este importante vínculo, sentirá que pertenece al gran orden natural de nuestra Tierra. Y lo mismo que él pertenece a ella, ella le pertenece a él. En otro nivel de pensamiento, la pequeña comunidad va ensanchándose hasta abarcar a la nación y luego al mundo de la humanidad. Más lejos quedan las estrellas y el universo. En los ojos de las personas mayores se refleja a veces una expresión de distancia, como si tuviesen la mirada concentrada en los cielos. Diríase que, cuando la vida se aproxima a su fin, el alma se pone en contacto con su lugar final de descanso.” (Lowen, 1965: 65)

Si esto no es, al menos, una dimensión de lo que denominamos “paz”, no sé otra manera de entenderla más allá de la frialdad del análisis conceptual. Tal vez, si estuviésemos más dispuestos a comenzar desde la experiencia cotidiana y concreta de nuestro cuerpo cuando intentamos definir la paz, podríamos encontrar en ella un rostro más familiar y común, que nos permitiera comunicarla en el lenguaje más primitivo de la humanidad y, por ello mismo, el más directo y sencillo. Más que hablar de la paz, lo que necesitamos es vivenciarla, y para esto es fundamental contar con nuestro cuerpo como un aliado estratégico.

Sintetizando, una educación para la paz implicaría que en nuestros sistemas de educación formal no sólo se considere, sino que se desarrollen e implementen estrategias, tanto existenciales como metodológicas y técnicas para el desarrollo, en niños y adolescentes, del “darse cuenta” corporal y sensorial; a fin de acercarnos al ideal de formación de personalidades más integradas, que vivan la paz no sólo conceptualmente, sino en su experiencia cotidiana de acercamiento y contacto con los otros, con la naturaleza, con el cosmos y con Dios.

Dichas estrategias están siendo ampliamente desarrolladas en el campo de la psicología por el llamado “Movimiento del Potencial Humano” o “Tercera Fuerza”, el que ha generado también una profusa literatura ; de modo que están al alcance de los educadores y de todo aquel que se interese en el tema del crecimiento humano.

No obstante, para que esto pueda concretarse, se requiere que la educación formal ensanche sus fronteras y considere el esfuerzo educativo no como un campo independiente y exclusivo de la educación formal, sino como una dimensión mucho más amplia - la dimensión educativa - en la que confluyen terapia, religión y todo esfuerzo que se oriente al único norte y fin último de toda educación, que es el desarrollo pleno de las potencias humanas.

En manos de nosotros, los educadores, está el trascender estas fronteras y comenzar a hacer uso de dichos instrumentos, en el intento de recuperar el cuerpo y conformar una auténtica “Educación Para la Paz”.




BIBLIOGRAFIA


BERMAN, M. CUERPO Y ESPIRITU Santiago, Cuatro Vientos, 1992.

GALEANO, E. LAS PALABRAS ANDANTES Santiago, Pehuén, 1996.

LOWEN, A. BIOENERGETICA México, Diana, 1996.

MASLOW,A. EL HOMBRE AUTORREALIZADO Argentina, Kairós,1993.

MATURANA, H. EMOCIONES Y LENGUAJE EN EDUCACION Y POLITICA
Chile, Hachette-Comunicación, 1992.

NARANJO, C. LA UNICA BUSQUEDA Málaga, Sirio, 1994.

PERLS, F. ESTO ES GUESTALT Santiago, Cuatro Vientos, 1982.

REICH, W. ANALISIS DEL CARÁCTER B. Aires, Paidós, 1957.

martes, 13 de noviembre de 2007

INTERNET Y LA EDUCACION

PRIMER ACERCAMIENTO

Hace unos meses, en la ciudad de la que provengo (Iquique), Pamela, una niña de 13 años, estudiante de 8º año básico, se suicidó. La prensa refirió que las causas del suicidio se relacionaban con amenazas y extorsión que esta muchachita estaba recibiendo a través de Internet por parte de un grupo de compañeras de colegio. Los padres de la niña acusaron al colegio de negligencia, pues ellos habían entregado la información a la profesora jefa y a la dirección, pero la institución nada hizo para resolver el problema.

En mi calidad de educadora, muchas inquietudes vinieron a mi mente, entre otras:

· ¿Qué nuevos y desconocidos elementos de la realidad virtual están interviniendo en la configuración de la personalidad de los individuos, y cómo éstos están influyendo en la interacción humana?

· ¿Cómo enfrentar en el presente, desde la educación, este tipo de situaciones que están siendo cada vez más frecuentes entre los escolares? ¿Será necesario que cada educador se incorpore a estas experiencias virtuales para guiar los procesos personales de sus alumnos?

· ¿Cómo proyectar la educación del futuro, de manera que pueda lograr sus fines en un contexto exageradamente nuevo y desconocido para los maestros?


Más allá de estas preguntas, la situación descrita es manifestación de la grave crisis por la que atravesamos como cultura, la que desde luego afecta a la educación, principalmente en lo que se relaciona con el modo de abordar los procesos formativos en una época de transición, pues, como dice Morin (1999) “El desarrollo mismo ha creado más problemas de los que ha resuelto y ha conducido a la crisis profunda de civilización que afecta las sociedades prósperas de Occidente.”

La tecnología, en su variable Internet, se ha instalado en el corazón de Occidente, y su influencia, en tanto fuente de información que goza de la confianza de la mayoría, parece infinitamente superior a la que antes ejercían el maestro y secundariamente, el libro. No obstante, los sistemas educativos -al menos en Chile- por más esfuerzos que parecen hacer para integrar este fenómeno en sus análisis y consecuentes políticas, van siendo rápidamente sobrepasados por las emergentes ‘novedades’ en este ámbito.

Desde el punto de vista de la formación personal, este fenómeno plantea a la educación desafíos muy difíciles de abordar, pues los estudiantes se ven expuestos a una multiplicidad de contenidos, bajo los cuales subyacen valores muy ajenos a los de su cultura de origen, lo cual dificulta la tarea de integrarlos a ésta, propósito elemental de la formación en educación.

En cuanto al tema de la identidad y construcción del proyecto de vida, el Internet, y particularmente el Chat, expone a los jóvenes a un tipo de realidad en la que éstos no sólo pueden ocultar su identidad, sino también experimentar con otras identidades, lo cual puede resultar sano si el individuo realiza de modo conciente este ocultamiento y traslape de identidades; pero no tenemos claro si esto ocurre efectivamente en la experiencia de niños y adolescentes, e incluso de adultos.

Creemos que más allá de la posible confusión de identidades que pudiera generar este tipo de experiencias, es más preocupante la brecha que parece abrirse entre la realidad concreta y la realidad virtual.

La vivencia de la realidad virtual (hoy las personas, incluso tienen sexo a través de la red), es una realidad desdibujada, una pobre sombra de la realidad material o sensible, y las personas no parecen repararlo. Esta idea nos remite a Platón y su Alegoría de la Caverna, en donde éste describe magistralmente la condición humana respecto del conocimiento: hombres privados desde siempre de la luz de la inteligencia permanecen convencidos de que la realidad está constituida por las sombras de la verdadera realidad, a la que literalmente dan la espalda. Aunque Platón con esta alegoría pretende enfatizar la importancia de la inteligencia en el conocimiento de la realidad, lo que consigue es abrir una gran brecha entre la realidad sensible y la realidad inteligible. Actualmente esta brecha (aunque nunca se ha cerrado definitivamente) se reedita, ahora entre una realidad virtual y una realidad sensible o material: diríamos platónicamente, hombres cegados a sus sentidos por las sombras de la imaginación.

Construir la propia identidad y el propio proyecto de vida es una tarea que debe hacerse de cara a la realidad concreta, material; pues el propósito de esta construcción es el bien vivir, y vivimos, coexistimos en una realidad social regida por normas, cuyo incumplimiento es severamente castigado en la dimensión material y no en la virtual.

No obstante lo anterior, pudiera ser que nuestro análisis obedezca a una concepción empobrecida del mundo, pues así como Platón enfatiza la inteligencia como facultad esencial para el conocimiento, tal vez ahora la red y el ciberespacio (entidad abstracta colectiva, en la que todos parecemos confiar) esté enfatizando la importancia de la imaginación para la construcción de un mundo interconectado.


OTRA PERSPECTIVA

El enfoque de la ‘complejidad’ constituye una estrategia para abordar la problemática de la sociedad postmoderna, pues los rasgos que la constituyen rebasan nuestras posibilidades de percibirla, de conocerla y de abordarla en consecuencia, tal es el grado de dispersión que la diversidad actual trae consigo.

Edgar Morin (1999) señala, en relación al concepto de complejidad, que “El mundo se vuelve cada vez más un todo. Cada parte del mundo hace cada vez más partes del mundo, y el mundo como un todo está cada vez más presente en cada una de sus partes. Esto se constata no solamente con las naciones y los pueblos sino con los individuos. Así como cada punto de un holograma contiene la información del todo del cual forma parte, también ahora, cada individuo recibe o consume las informaciones y las substancias provenientes de todo el universo.”

Ahora bien, la tecnología, específicamente la red de Internet, es una variable de mucho valor para la construcción de la identidad personal, en la medida en que permite ampliar nuestros referentes de identificación. Así ocurre, por ejemplo, con la información que obtenemos de otras culturas, que logran trasmitirnos caminos y estrategias de crecimiento personal, que no son parte de la nuestra, pero que coinciden en sus fines. No obstante, en Internet no toda la información es proclive a los fines de la formación humana que como cultura nos hemos trazado. Abundan las páginas que contienen pornografía, violencia, y en general, imágenes y literatura que muestran una realidad descarnada, porque debemos reconocer que lo que allí se muestra es también parte de la ‘realidad’ concreta, independientemente de que el fenómeno mismo pertenezca a la llamada realidad virtual.

Cuando, como educadores, nos enfrentamos a esta dimensión de la realidad que se muestra en su virtualidad, nos inunda el ‘miedo’; miedo de que ésta tenga una influencia decisiva en la formación personal de los niños y jóvenes. No obstante, debemos reconocer que no hemos reparado lo suficiente en que dicha influencia puede ser nefasta, pero también puede no serlo, pues este juicio dependerá de los modelos valóricos que los más viejos hayamos adquirido en el transcurso de nuestra vida, Quizás nuestro modelo de ‘formación humana’ puede considerarse en la actualidad un producto de nuestra ‘inteligencia ciega’, como lo refiere Gallegos (2000), citando a Morin. “Cuando Morin (1998) habla de la complejidad se refiere a lo enredado, al desorden, a la ambigüedad, a la incertidumbre, lo que implica la necesidad de un pensamiento múltiple y diverso que permita su abordaje. El no reconocimiento de esta dialógica orden/desorden nos sumerge en lo que él llama una ‘inteligencia ciega’.”

Revisando el concepto de ‘complejidad’, destacamos lo que al respecto señala Miranda (2003). “La complejidad es... una visión o enfoque más integrador de la multiplicidad, que reconoce las interacciones de diversos elementos y su organización en redes no estructuradas inicialmente, y los fenómenos emergentes que significan una ruptura con estructuras establecidas, o con constreñimientos impuestos, y desde el punto de vista epistemológico es una construcción transdisciplinaria, que incluso se ha comenzado a considerar como “la tercera cultura”, es decir, como un nuevo saber integrador de las ciencias “duras” y las humanidades. Es además un paradigma que se centra en el proceso y sus potencialidades internas, en el cambio, en lo interno, pero en su vínculo con el contexto, con las subjetividades, y donde juegan un papel decisivo los llamados “atractores”, o tendencias del sistema al orden, a la estabilidad, o como dice Roger Lewin: “estados en los que el sistema acaba estabilizándose o adaptándose”. Es un enfoque que centra su atención en la autoorganización de los organismos y sus posibilidades autocreativas y autoterapeúticas. Es un enfoque que describe muy bien los llamados “sistemas complejos adaptativos”, que se autoreproducen, que poseen autonomía y capacidad de evolución, como es el caso de los organismos biológicos, el propio hombre y la sociedad”.

De acuerdo a lo anterior, en una nueva lectura del fenómeno Internet bajo el prisma de la complejidad, los educadores debiéramos, ante todo, hacer concientes nuestros miedos, y dar paso a una mayor confianza en los procesos internos del ser humano, concebido como organismo que tiende naturalmente hacia su crecimiento y autorrealización. En otras palabras, si aceptamos la premisa de que los organismos avanzan hacia su propia estabilización, entre ellos el ser humano, entonces, los nuevos modelos de humanidad que se transmiten por esta vía, por muy distintos -y hasta contrarios- que sean respecto de los antiguos que cobijaron la formación de nosotros los mayores, dejaremos de concebirlos como la materia prima de verdaderos ‘engendros demoníacos’, como a veces elucubramos los educadores.

Sin embargo, debemos precisar que esta ‘confianza’ no significa descuidar los procesos formativos, dejándolo todo a la mano de Dios. Muy por el contrario, los educadores debemos hacer grandes esfuerzos para abrir nuestra capacidad de percepción e interpretación y flexibilizar nuestros ‘modelos’ establecidos, con el propósito de involucrarnos en las realidades emergentes e imbuirnos del espíritu de nuestra época, de modo tal que podamos ‘conducir’, o al menos ‘facilitar’ el paso de los niños y jóvenes por esta gran encrucijada de transformación. “Abordar la educación desde el punto de vista de la complejidad implica sumergirse en los intersticios de los saberes y aceptar el desafió de la incertidumbre de su conclusión.” (Miranda, 2003).

¿Qué tipo de seres humanos seremos en el futuro? Es una pregunta por responder. Quisiéramos imaginar que los jóvenes del futuro formarán su identidad personal de modo más integrado que como lo hicimos los viejos en el pasado, aceptando con mayor confianza el lado oscuro de la realidad, como el Demian de H. Hesse; o tal vez esta identidad pueda ser expresión de lo mejor de cada cultura; pero nos asalta la preocupación de que, dados los cambios tan radicales que la actualidad va generando, nuestra previsión del hombre futuro -necesaria para pensar la educación- no tenga relación alguna con la realidad posible que estos cambios están operando ya en el ser humano.

lunes, 20 de agosto de 2007

EDUCACIÓN Y DESARROLLO HUMANO EN EL ENFOQUE HOLISTICO



El mayor desafío que enfrenta la sociedad humana es el ‘desarrollo humano’ de sus miembros.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define el desarrollo humano como el proceso de ampliación de las posibilidades de elegir de los individuos que tiene como objetivo expandir la gama de oportunidades abiertas a las personas para vivir una vida saludable, creativa y con los medios adecuados para desenvolverse en su entorno social.

De acuerdo a lo anterior, desarrollo humano y educación son conceptos inseparables, pues sólo mediante la educación es dable a los individuos el ampliar sus posibilidades de elección para acceder a una vida digna. Así, la educación -en tanto interacción humana y proceso intencionado mediante el cual los miembros mayores integran a los más jóvenes en una determinada sociedad o cultura- es teleológica; es decir, no es ciega de propósitos, el desarrollo humano es su finalidad. Podemos cambiar las formas mediante las cuales pretendemos alcanzar este fin, pero el fin mismo es inamovible. La educación es un concepto eminentemente social.

Si aceptamos la premisa de la filosofía existencialista, según la cual el hombre viene al mundo como pura potencialidad, entonces debemos reconocer que su actualización como ser humano está supeditada a la generosidad conciente de la sociedad que lo cobija. El valor de una sociedad se mide por las condiciones de existencia que logran alcanzar sus miembros, esto es, por el nivel de actualización de sus potencialidades humanas, de acuerdo con el valor y prioridad que esa sociedad otorga a éstas. Una sociedad cuyos niños y jóvenes carecen de las condiciones mínimas que exige una vida digna, es un fracaso. No obstante lo complejo que resulta definir la dignidad humana, al menos debemos decir que ésta se concibe como el valor intrínseco, esto es, no relativo -como por ejemplo el valor de un precio- que todo ser humano posee por el sólo hecho de serlo. Una vida digna es, entonces, aquella que otorga al ser humano los 4 satisfactores fundamentales: alimento, cobijo, educación y salud.

Desde el punto de vista del individuo, el desarrollo humano, o más bien el desarrollo del ser humano, hace referencia al proceso continuo y flexible, mediante el cual se llevan a cabo las transformaciones globales de la persona, que incluyen crecimiento, maduración y aspectos psicológicos.

Este concepto, acotado al hecho educativo, involucra el que cada cultura define, explícita o implícitamente, una concepción del hombre y con ella, los aspectos necesarios a desarrollar entre sus miembros más jóvenes para que lleguen a ser parte de esa cultura y, en consecuencia, plenamente humanos. Los caminos de crecimiento y avance hacia esos fines son variados, y dependen de la cultura y de la época en la cual se coexiste; no obstante, hay cierta coincidencia en que cualquiera sea el camino, el fin es el mismo: el desarrollo de las potencias humanas, y agregamos, hacia una cierta ‘eticidad’, esto es, toda cultura persigue el bien para sus miembros; y si resulta que esa cultura, o unos individuos en particular, logran ampliar los límites de su ‘yo’, el bien perseguido lo harán extensivo a toda la especie humana, e incluso, al universo en su conjunto, postulado que sostienen los actuales movimientos ecologistas y planetarios en nuestra Cultura Occidental, para quienes el desarrollo del ser humano trasciende la adaptación del individuo a unas normas y estilos de vida impuestos por quienes sirven a intereses que son ajenos al bien común.

La concepción antropológica en la Cultura Occidental está transitando desde una idea del hombre como ‘animal racional’ -presente ya en Aristóteles, y en su parte “racional” llevada al extremo por la filosofía cartesiana y la ciencia positivista- hacia una concepción más holística, que reconoce el lugar que emociones e intuiciones tienen en el desarrollo de la persona como tal. Más aún, a partir de la práctica fenomenológica como metodología válida para generar conocimiento, las disciplinas holísticas, actualmente en franco crecimiento, reconocen en el fenómeno de la corporalidad, entendido como cuerpo-presencia-en-el-mundo, el punto de partida del autoconocimiento y, por tanto, de cualquier práctica educativa que se oriente al desarrollo de las potencias humanas, principalmente cuando estas disciplinas adhieren a la concepción del ser humano como ‘organismo unificado’. En esta perspectiva, los educadores cuentan con un rico caudal de información que les invita a ampliar su percepción de los medios a través de los cuales desarrollar el potencial humano que cada alumno lleva en sí.


EL ENFOQUE HOLISTICO

El término “holismo”, del griego HOLOS (todo) “... se refiere a una manera de entender la realidad desde el punto de vista de varias unidades integradas cuyas unidades no pueden reducirse a las unidades más pequeñas.” (Capra, 1992).

En este modo de concebir lo real, la clásica división sujeto-objeto desaparece; el sí-mismo y el otro permanecen irrevocablemente entrelazados y el asunto no es ya “aprehender” la realidad objetiva, sino participar de ella.

El holismo es un enfoque tanto ontológico como epistemológico, que no es enteramente nuevo en Occidente, sino que tiene sus raíces en el pensamiento pre-racional, en el que el hombre concibe el mundo bajo una ‘visión encantada’, la que da lugar a un sentimiento de unidad con la vida y con el cosmos. A partir de la Revolución Científica de los siglos XVI-XVII, este enfoque fue siendo desplazado por el llamado Paradigma de la Modernidad (Berman, 1981). En la actualidad vuelve a ser considerado y reforzado, al menos en su esencia, por los resultados de la ciencia física, la cibernética y la investigación del cerebro. De hecho, en las tres primeras décadas de este siglo, tuvo lugar en el campo de la Física un dramático cambio de ideas. “... La exploración del mundo atómico y subatómico hizo a los científicos de comienzos de siglo entrar en contacto con una realidad extraña e inesperada que parecía desafiar cualquier explicación coherente. En sus esfuerzos por comprender esta nueva realidad, se dieron cuenta -muy a su pesar- de que sus conceptos básicos, su lenguaje y toda su manera de pensar eran inadecuados para describir los fenómenos atómicos.” (Capra, 1992).

Estos profundos cambios en el campo de la Física han trascendido a todos los ámbitos de la ciencia, potenciando los inicios de una transformación radical de nuestros pensamientos, de nuestras percepciones y de nuestros valores. Esta transformación se está imponiendo cada vez con mayor fuerza en el mundo de hoy -caracterizado por sus interconexiones a nivel global- , en el que los fenómenos biológicos, psicológicos, sociales y ambientales son todos recíprocamente interdependientes.

El impacto alcanzado por esta perspectiva en la sociedad y en la cultura se está imponiendo no sólo en el ámbito especializado de la ciencia, sino también y principalmente en la vida cotidiana. La proliferación de filosofías, métodos y técnicas de transformación personal tomadas de otras culturas -Budismo, Tao, Yoga, Chamanismo y otras-, o generadas en la nuestra -Bionergética, Psicodrama, Psicocalistenia, Análisis de Sueños, Terapia Gestáltica, entre otras-, manifiesta la necesidad del hombre contemporáneo por desarrollar en la práctica aquellas dimensiones humanas largamente ignoradas por nuestra cultura y que se orientan hacia una existencia más integrada y completa. En opinión del biólogo chileno Francisco Varela, Occidente perdió trazas de prácticas de transformación humana y no se da cuenta de que las perdió. Para el cambio conductual no basta saber y entender, es necesario practicar, pues la vida humana consiste esencialmente en “mover-se”
[1].

Un aspecto destacable generado por la emergencia y desarrollo de este enfoque es el rompimiento de fronteras entre las disciplinas en que se organiza el conocimiento, y parece responder a la necesidad de espiritualidad del hombre contemporáneo.

Como reacción a esta necesidad, se observa una creciente apertura a las tradiciones de décadas y siglos anteriores -que habíamos ignorado- , pero también se observa una reacción más experimental que está generando nuevos enfoques del desarrollo humano, lo que se evidencia en la eclosión de actividades en el campo de la psicoterapia, con la proliferación de nuevos conceptos y técnicas. Esto, según Naranjo (1994), se refleja:

1) En su nivel teórico con la aparición de un enfoque globalizado del desarrollo humano, conocido como la “Tercera Fuerza” que, en los últimos años ha venido fundiendo los diferentes grupos que seguían las dos teorías globales sobre la naturaleza humana que más influencia han tenido en psicología en los últimos años: Freudiana y experimental-positivista-behaviorista.

2) En su nivel práctico, con la aparición de una nueva institución: el “Centro de Crecimiento”. Señala Naranjo: “Maslow introdujo un término especial –Red Eupsíquica- para designar a estos institutos relacionados informalmente que, a causa de sus metas coincidentes, pueden ser considerados parte de este grupo. ... La mayoría de estos centros de crecimiento son lugares en los que los intereses de técnicas diversas -derivadas generalmente de la psicoterapia y de las artes- se unen y son reconocidos implícitamente y puestos a disposición de la comunidad en forma de programas intensivos.” (Naranjo, 1994).

En síntesis, podemos caracterizar el holismo como un paradigma de base que emerge, entre otras fuentes, de la Física moderna y que, a diferencia del paradigma moderno mecanicista, es orgánico y ecológico, permitiéndonos percibir el mundo ya no como una máquina formada por una gran cantidad de objetos, sino como una unidad indivisible y dinámica, cuyos elementos están estrechamente vinculados y que, según Capra (1992), pueden comprenderse sólo como modelos de un proceso cósmico. “...Una concepción del mundo en la que los descubrimientos científicos están en armonía con las metas espirituales y las creencias religiosas de la humanidad.”

En lo tocante a la educación bajo este enfoque, podemos hablar de ‘educación holística’, en la que el esfuerzo educacional es concebido desde una perspectiva mucho más amplia que en la concepción tradicional, según la cual dicho esfuerzo es un campo independiente de otros campos de la cultura. En el paradigma holístico, en cambio, el objetivo de la cultura y no sólo de la educación es el crecimiento humano. Al respecto, Naranjo (1994) plantea: “La educación no es sólo un ámbito más de la cultura, sino un microcosmos de todos ellos. La educación es la transmisión de la cultura; y es inseparable de la naturaleza misma de la cultura. ... La educación se vuelve un campo de esfuerzo independiente sólo en la medida en que se convierte en el arte o la ciencia de la transmisión deliberada de logros culturales”. Desde esta perspectiva cobra sentido el que actualmente educación, terapia y religión han comenzado a estrechar sus fronteras, considerando que tras el esfuerzo educacional, visto en términos amplios, existe una única meta, una búsqueda única: el desarrollo pleno de las potencias humanas, pues si bien los caminos de crecimiento son múltiples, la meta es sólo una.

Es pretensión de la educación holística superar el enfoque educativo de la era industrial centrado en la competencia económica, sosteniendo que la educación debe tener como objetivo principal el crecimiento y la felicidad de cada niño, más que la imposición forzada de ciertas prácticas culturales.

En lo relativo a la psicología, el enfoque holístico está representado en el llamado Movimiento del Potencial Humano, Tercera Fuerza en Psicología o simplemente Psicología Humanística y Transpersonal, cuya raíz se encuentra en la Filosofía Existencialista.



EL MOVIMIENTO DEL POTENCIAL HUMANO

La psicología humanística es no sólo una corriente de pensamiento en psicología, sino también y fundamentalmente, una práctica de transformación y un estilo de vida humanos. En tanto corriente de pensamiento, esta concepción suele denominarse “existencial”; en tanto práctica de transformación humana, se denomina “experiencial” y, en tanto estilo de vida, es llamada “humanística”. Tres términos para denotar tres dimensiones del mismo fenómeno.

A diferencia de otros enfoques en Psicología, manifiesta expresamente su opción por una práctica de psicología transformadora, que facilite al ser humano la búsqueda de una vida buena y feliz, y no sólo la adaptación a unas normas impuestas como finalidad de vida. Carl Rogers, Abraham Maslow, Frederick Perls, William Schutz, y Claudio Naranjo, entre otros, dieron inicio allá por la década de los 60 a lo que Perls (1978) llamó “una de las fuerzas rebeldes, humanistas y existenciales de la psicología que buscan detener la avalancha de fuerzas autoderrotantes y autodestructivas presentes en algunos miembros de nuestra sociedad”.

De acuerdo a lo señalado por Varas (1986), los postulados de este movimiento son:
· Dar más importancia al potencial de la persona que a sus limitaciones
· Subrayar la responsabilidad personal por sobre un determinismo fatalista
· Explorar todos los fenómenos que ocurren en el ser humano
· Considerar la naturaleza del hombre como positiva y tendiente a valores

Agrega Varas (1986) que “la confianza en el ser humano y su capacidad de autodirección constructiva, basada en el organismo, han alimentado estos postulados.
Tanto en el campo de la terapia como en el de la educación, su enfoque se ha centrado en la persona. La Terapia no directiva de Carl Rogers y la Terapia Gestáltica de Fritz Perls se han destacado entre sus modalidades psicoterapéuticas… El curriculum de autorrealización y la educación confluente (sin ser las únicas que se pueden adoptar en un enfoque centrado en la persona), y los grupos de encuentro y talleres de desarrollo de la sensibilidad, del darse cuenta y del entrenamiento sensorial, constituyen su modalidad propia”.

A Maslow se le conoce como uno de sus grandes impulsores, y él mismo la concibe como una verdadera revolución, en el sentido de que “aporta nuevas formas de percibir y pensar, nuevas representaciones del hombre y la sociedad, nuevos enfoques de la ética y los valores, nuevas direcciones que seguir. ... Esta psicología no es puramente descriptiva o académica, sino que induce a la acción e implica consecuencias. Contribuye a la realización de una manera determinada de vivir una persona, no sólo en cuanto individuo, dentro del propio psiquismo; sino también en cuanto ser social, miembro de la sociedad. De hecho, colabora a que adquiramos conciencia de cuán interrelacionados están en la práctica estos dos aspectos vitales.” (Maslow, 1993)

Esta orientación es lo que M. Gaslow denominó la “tercera fuerza” y señala que no es científica en su sentido convencional pero que, sin embargo, es válida en el sentido de que estos aspectos no medibles son parte innegable de la condición humana. (Maslow, 1968,1971. Citado por Arancibia y otros, 1997).

Uno de los principios más importantes que la rigen es su creencia de que las personas son capaces de enfrentar adecuadamente los problemas de su propia existencia, y que lo relevante es llegar a descubrir y utilizar todas las capacidades en su resolución. En pocas palabras, el “organismo” tiene un rol activo en la creación del mundo propio.

El organismo humano, concebido sistémicamente, constituye el centro de estudio de esta psicología cuyo portavoz principal en América fue Kurt Goldstein. Se trata en parte de una reacción frente a las psicologías atomizantes y frente a las concepciones dualísticas que superficialmente dicotomizaban a la persona en cuerpo y espíritu, tales como la mecanicista teoría psicológica conductual y el determinismo del psicoanálisis.

Su desarrollo como tal obedece a la contingencia de que, en el siglo XX, el hombre occidental comienza a intuir con mucha fuerza la necesidad de cambios radicales en un estilo de vida que concibe muy pobremente al hombre, que lo limita al desarrollo de muy pocas de sus capacidades inherentes y que no lo está conduciendo por la vía de una auténtica transformación de crecimiento

En tanto práctica de transformación humana, la Psicología Humanística ha hecho un gran aporte a la educación - y, por ende, al cambio social- desarrollando y poniendo en práctica no sólo una filosofía de vida, sino principalmente métodos y técnicas que favorecen el desarrollo de los poderes fundamentales de la naturaleza humana, ignorados durante mucho tiempo por nuestra cultura, pues en esta óptica las habilidades que se requieren para sostener a la sociedad humana trascienden la lectura y la informática, cobrando relevancia el autoconocimiento y la autoestima, la sensibilidad moral y la integridad personal.





EL TALLER DE DESARROLLO PERSONAL

Una modalidad específica de las actividades realizadas en los centros de crecimiento mencionados por Naranjo es el Taller de Desarrollo Personal. En éste se proponen experiencias de trabajo grupal para el desarrollo interpersonal, con características educativo-terapéuticas, y en él confluyen la filosofía, principios, métodos y técnicas de la Psicología Humanística y Transpersonal.

Según Varas (1986), “Desarrollo Personal” es un término que cada día tiene más fuerza. “Apareció en los años 50 y desde entonces se ha venido desarrollando, especialmente en terapia, educación y en los llamados “Grupos de Encuentro o Crecimiento Personal”. Causantes de él han sido y son, en gran medida Carl Rogers, Abarham Maslow, Fritz Perls, Rollo May, William Schutz y todos aquellos que conforman hoy el movimiento de psicología humanística, cuyos principios y raíces van más allá del conductismo y el psicoanálisis” .

Agrega Varas (1986) que: “…cada vez más, el movimiento del potencial humano tiende a la generación de una nueva disciplina, el crecimiento personal, y de un nuevo profesional o cultor, el facilitador del crecimiento personal, mezcla de educador y terapeuta, que tanto desbloquea como energetiza a la persona en su proceso de desarrollo.”

El Taller de Desarrollo Personal puede ser caracterizado como un "laboratorio" acerca de la interacción humana, cuyo propósito es mejorar la calidad de ésta. Este laboratorio, en términos prácticos, propicia ambiente y oportunidades para que sus participantes satisfagan sus necesidades interpersonales, entendidas éstas como “aquellas que se muestran y desarrollan en la interacción humana, las que surgen del contacto y vida con el otro.” (Varas, 2001)

Varas refiere que “…hoy su nombre - Talleres de Crecimiento Personal- es reconocido por la gran mayoría. Y su influencia en educación es cada día más sustantiva, pues, sin confundirse, ambos quehaceres han descubierto formas concretas y felices de complementación en la búsqueda de un hombre íntegro e integrado. El aporte de esta disciplina puede ser y está siendo significativo, tanto para quienes se educan como para quienes educan.” (Varas, 1986).

Actualmente, la disciplina del desarrollo personal cuenta en Chile y Latinoamérica con una amplia cobertura de centros, publicaciones y revistas, a través de los cuales se apoya el crecimiento integrado de la persona. Cuenta además con un importante número de instituciones dedicadas a la formación de facilitadores, los cuales proceden de múltiples sectores profesionales: educadores, asistentes sociales, psicólogos, ingenieros, enfermeras, entre otros.

Una obra importante de destacar es la llevada a cabo por la Escuela Chilena de Desarrollo Personal, cuyo director técnico es Patricio Varas Santander. Esta institución, desde los años 80 ha venido formando facilitadores del desarrollo personal, los que proceden preferentemente del ámbito educacional y se han agrupado en una red nacional que apoya este tipo de trabajo en las instituciones educacionales, logrando con ello una inserción importante de este modelo en las escuelas y liceos chilenos.



BIBLIOGRAFIA

1. ARANCIBIA, Violeta y otros (1997) Manual de Psicología Educacional. Santiago.
Ediciones Universidad Católica de Chile.

2. BERMAN, Morris1(989) El Reencantamiento del Mundo. Santiago, Chile. Editorial Cuatro Vientos.

3. CAPRA, Fritjop y otros (1992) El Paradigma Holográfico, Una exploración en las fronteras de la ciencia. Argentina, Editorial Kairós S. A.

5. MASLOW, Abraham (1993) El Hombre Autorrealizado. Hacia una Psicología del Ser. Argentina. Editorial Kairós S. A.

6. NARANJO, Claudio (1994) La Única Búsqueda. Hacia una metodología comparada de los caminos de la conciencia. Málaga, España. Editorial Sirio, S. A.

7. PERLS, Frederick (1978) Esto es Guestalt. Santiago, Chile. Editorial Cuatro Vientos.

9. VARAS, Patricio (1986) Aportes Teóricos a la Facilitación del Desarrollo Personal e Interpersonal. Santiago, Chile. Ediciones Centro de Perfeccionamiento Experimentación e Investigaciones Pedagógicas.

10. VARAS, Patricio (2001) El Trabajo Grupal para el Desarrollo Interpersonal. Santiago, Chile. Edición artesanal.





[1] Entrevista realizada en programa “La Belleza de Pensar”. ARTV, 20 de febrero del 2000.