jueves, 9 de agosto de 2007

CUATRO LLAVES PARA EL ENCUENTRO PEDAGOGICO


INTRODUCCION


En esta reflexión intentamos un acercamiento fenomenológico al encuentro humano, el que hemos experienciado en la relación pedagógica durante veintidós años de trabajo docente. Encuentro que no sólo nos ha permitido una mayor cercanía a la infinidad de alumnos que hemos conocido y contribuido a formar, sino que principalmente nos ha dado la posibilidad de gozar de verdad nuestro paso por el aula.

Gran parte de las reflexiones sobre los fenómenos ocurrentes en educación se realizan desde la mirada verbal-racional, lo que, desde luego, constituye un poderoso aporte a su esclarecimiento. No obstante, dicha mirada, en la medida que no logra trascender el sesgo que le imprime su propia naturaleza, es incapaz de observar aquellos aspectos que son invisibles al intelecto lógico-racional.

La mirada fenomenológica (E. Husserl) intenciona una apertura de conciencia, que posiciona al observador en una perspectiva tal, que le posibilita aprehender aspectos de su experiencia que permanecían ocultos.

Mediante la reducción eidética -que consiste en poner entre paréntesis los esquemas y datos conceptuales transmitidos por la cultura- , el observador logra retornar a su pura experiencia como anterior a todo concepto o abstracción, para -desde allí- describir aquellas notas que su racionalidad lógica le dificultaba aprehender. Por medio de la reducción eidética, “el método fenomenológico tiene la tarea de purificar los fenómenos psicológicos de sus características reales o empíricas y llevarlos hacia el plano de la generalidad esencial” (Abagnano, 1998).

Así, en palabras de Heidegger, lo que la fenomenología nos muestra es “aquello que inmediata y regularmente justo no se muestra, aquello que... está oculto, pero que a la par es algo que pertenece por esencia a lo que inmediata y regularmente se muestra, de tal suerte que constituye su sentido y fundamento” (Heidegger, 1962).

La importancia que la mirada fenomenológica presenta para la educación es su gran capacidad generativa de un tipo de conocimiento holístico, que logra integrar la unidad de la experiencia humana, que el positivismo diseminó con tanto éxito.

Nuestra necesidad, como educadores, de recuperar el mundo real, el mundo de las vivencias más originarias del hombre, el “mundo de la vida”, puede encontrar en este enfoque una especial fuente de valores, que nos acerque un poco más al sentido de la existencia humana, tan ausente en las aulas del nuevo siglo.

En nuestra experiencia docente, muchas intuiciones sobre la esencia de la interacción humana que se genera en la relación profesor-alumno van quedando en el olvido porque, no siendo lógicamente categorizables, nuestra cultura no nos ha dotado de conceptos que nos permitan nombrarlas o describirlas.

Lo que pretendemos en esta reflexión es capturar parte de esa esencia, que se mantiene en el tiempo y que, junto con ser muy personal, puede también ser compartida.

Quien, revisando su propia experiencia a la par que lee o escucha, logra una resonancia interna del discurso, puede descubrir en esta descripción algunos aspectos que son comunes a su personal modo de vivenciar la relación profesor-alumno.

Sin embargo, más allá de dicha relación, intentamos acercarnos al “encuentro humano”, fenómeno más vasto y profundo, tal vez sólo capturable en la metáfora como recurso validado por todo aquel que, al no encontrar en su maleta conceptual los términos adecuados a lo que intuye en su experiencia, poetiza la realidad para aprehenderla.

Si bien nuestra descripción no sigue rigurosamente el método fenomenológico, en su intencionalidad y en sus resultados nos hemos acercado unos pasos al mundo subjetivo de la conciencia, o sea, a la vida.





LLAVES PARA EL ENCUENTRO PEDAGOGICO


Tal vez una de las mayores ventajas de la tarea docente es el contacto periódico y concreto con nuestros alumnos. La sonrisa mañanera que nace al identificar cada uno de los rostros cuya mirada se va posando en el nuestro; el “¡¡hola, buenos días!!”, corolario de nuestra presencia-sonrisa, constituyen el ABC del diálogo profesor-alumno que posteriormente se irá generando en la clase.

Superado el nerviosismo inicial -que, imagino, todos los profesores seguimos sintiendo aún con 20 o más años de servicio- y ya dispuestos para compartir la propuesta de la clase, nuestra mirada se va fijando ahora en aquellos a quienes no logramos identificar al comienzo. Más sonrisas, más signos compartidos de mutuo reconocimiento del ser humano que somos, constituyen verdaderas dosis de impulso para iniciar el diálogo pedagógico.

Comenzada la clase, un poco inquietos por asegurarnos que todos estén comprendiendo lo que intentamos transmitir, volvemos a observar esos rostros, cuyas miradas son ahora de asentimiento, de incomprensión... o de indiferencia. Quisiéramos que todas esas miradas fuesen de asentimiento, que todos y cada uno de esos rostros nos transmitieran “¡Estoy entendiendo!”, “¡Me interesa lo que usted está diciéndonos!”. Sin embargo, sabemos que en pocas oportunidades logramos la entera atención e interés de todos nuestros alumnos.

No obstante, aún cuando comprender este hecho suele ser de vital importancia para avanzar en la tarea pedagógica, en esta reflexión vamos a profundizar en otro evento pedagógico relevante: lo que -junto con Rogers- llamamos “comunicación auténtica” entre profesor y alumno.

Ante todo, afirmamos que una verdadera relación comunicativa entre profesor y alumno se sostiene sobre la base primera y originaria del reconocimiento mutuo de nuestra común humanidad. Ese reconocimiento comienza con la sonrisa cuando nace auténtica, al menos desde el rostro-corazón del profesor.

Con la sonrisa me descubro ante ti como lo que, en esencia, soy. Junto a ello, abro una ventana de luz que permite y gatilla tu entrada confiada y pacífica a mis pliegues internos. Con mi sonrisa la totalidad de mi rostro se ilumina para ti. Con mi sonrisa te comunico “estoy disponible... puedes acercarte sin temor”. Y si tú también me sonríes, sabré que has comprendido o aceptado mi personal disponibilidad. No importa si no te acercas, eso es cosa tuya... ya lo harás cuando estés listo... si así lo quieres. A mí me basta con ponerme a tu disposición... por ahora. Si no me sonríes, intento no hacer elucubraciones que pondrían en peligro mi disponibilidad. Tal vez no me viste, tal vez no estás de humor, tal vez no lo deseas. Yo igual estoy aquí, disponible para cuando sea el momento.

La sonrisa es la primera llave del encuentro humano. La segunda, es la mirada.

“Mirar-nos” es depositarnos mutuamente en el regazo del otro, una vez que la sonrisa ha concedido la autorización. Es encontrar esa luz, ahora ya no en la totalidad del rostro del otro -como en la sonrisa- , sino acotadamente en tus ojos.

Cuando te miro, mis ojos brillan reflejando el agrado y la emoción del reconocimiento de nuestra mutua humanidad. Cuando te miro, aunque tus ojos no brillen, puedo imaginar que algo puede estar empañándolos y pienso que, aunque diferentes, estamos hechos de lo mismo.

Cuando te miro y me miras, mi “sol interior” -como diría Osho- emite su luz desbordante y reconociéndose idéntico al tuyo en tu mirada, se confunden en un abrazo fraterno.

La tercera llave del encuentro es la palabra... pero no la mera palabra con la que intento llenar un vacío o conseguir algún favor, sino aquella que verdaderamente me abre a la comprensión, la palabra “significativa”. Con la palabra intento aprehender ahora el torrente de significados que tu presencia genera en mí. Con la palabra busco completar mi percepción de ti, más allá de la sonrisa y de la mirada que, si bien develan para mí tu personal profundidad, no logran contarme mucho de tu historia o de tus anhelos.

En el diálogo verbal damos un paso más en la exploración y comprensión mutuas. Te pregunto “¿cómo estás?”, no como un cliché, sino desde mi genuino interés por tu persona. Tu respuesta es para mí, de verdad, importante. Y si tú me preguntas cómo estoy, mi respuesta nace también de mi real interés por develarme frente a ti, por mostrarte quien soy y cómo vivo, pienso, digo y siento la vida.

Con la palabra te invito a entrar en mi casa para mostrarte mi interna arquitectura: mis grandes salones bañados de luz mañanera y mis oscuros rincones, atestados de trastos viejos que me resisto a botar. Con tu palabra me voy quedando callada para recibirte, para escucharte, intentando no empañar la transparencia de tu voz y tus palabras con mi ególatra obsesión por escucharme.

La cuarta llave del encuentro es el con-tacto. Cuando, previa sonrisa-mirada-palabra, puedo tocarte y aceptar que me toques, digo que estoy plenamente en ti y que estás plenamente en mí. En el con-tacto somos uno y no dos. En el contacto, el calor de la piel reemplaza a la luz de la sonrisa y de la mirada, y a la profundidad cálida de tu voz. Ese calor me comunica, más allá de las palabras, la ternura que escondes en los débiles límites de tu piel.

Tocar tu mano cálida es “volver a casa”, es reconocer la geografía original que ha acrecentado y sostenido mi confianza básica, esa confianza que me invita a andar descalza por el mundo y a descubrirme frágil, tierna y con futuro.

Por eso, cuando te percibo ausente, indiferente a mis académicas palabras, no me importa, pues sé que “nuestro” momento trasciende ese discurso. Sé que no es ahora cuando nos hemos visto por primera vez, sino en un pasado o futuro en el que éramos y seremos “uno”. Me lo dicen tu sonrisa, tu mirada, tu palabra y tu piel.

Y mientras voy observando y describiendo mis aconteceres humanos en nuestra mutua relación, descubro que, en lo esencial, la relación pedagógica consiste, precisamente, en nuestro encuentro; que lo demás -sea transmitirte unas ideas, orientar hacia determinados cauces tu aprendizaje o facilitarte el desarrollo de ciertas competencias, que te servirán para seguir construyendo tu vida en este mundo que no siempre te sonríe- , todo ello… digo, sólo cobra sentido cuando está centrado en nuestra humanidad, es decir, en lo humano de nuestro ser. Porque, te pregunto y me pregunto ¿Para qué conocer, aprender, desarrollar competencias o construir un mundo?

Es mi necesidad de con-vivir con otros… contigo, lo que gatilla mi interés por crecer, por educarme, por ser mejor persona, por aprender de la vida, antes que la muerte me quite el privilegio de respirar profundo. Es en la convivencia humana que descubro el sentido de mi vida.

El encuentro humano es la fuente de donde mana todo significado, todo sentido, todo propósito, toda humana respuesta a los desafíos que me presenta mi paso por este mundo.

“Por eso la educación no sólo es posible en el hombre, sino también ineludible. El fin de la educación es la humanización. Para ello lo sumerge en el mundo de la cultura desde el momento en que es capaz de recibir ventajosamente su influencia. En él reconoce los mayores valores humanos y por ellos su vida se vuelve pensamiento, sentimiento y acción elevados y responsables. En lugar de una fuerza ciegamente natural, su vida es fuerza espiritualizada, humanizada, consciente. Por esa energía espiritual el hombre está en condiciones de situarse frente al hombre y convivir profundamente con él.” (J. Mantovani)

BIBLIOGRAFIA


Abagnano, Nicola
(1998). Diccionario de Filosofía. México: F.C.E

Heidegger, Martín
(1962) Ser y Tiempo. México: F.C.E

Husserl, Edmund
(1991). La Crisis de las Ciencias Europeas y la Fenomenología
Trascendental. Barcelona: Crítica

Maslow, Abraham
(1993). El Hombre Autorrealizado. Argentina: Troqvel, Kairós

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