martes, 13 de noviembre de 2007

INTERNET Y LA EDUCACION

PRIMER ACERCAMIENTO

Hace unos meses, en la ciudad de la que provengo (Iquique), Pamela, una niña de 13 años, estudiante de 8º año básico, se suicidó. La prensa refirió que las causas del suicidio se relacionaban con amenazas y extorsión que esta muchachita estaba recibiendo a través de Internet por parte de un grupo de compañeras de colegio. Los padres de la niña acusaron al colegio de negligencia, pues ellos habían entregado la información a la profesora jefa y a la dirección, pero la institución nada hizo para resolver el problema.

En mi calidad de educadora, muchas inquietudes vinieron a mi mente, entre otras:

· ¿Qué nuevos y desconocidos elementos de la realidad virtual están interviniendo en la configuración de la personalidad de los individuos, y cómo éstos están influyendo en la interacción humana?

· ¿Cómo enfrentar en el presente, desde la educación, este tipo de situaciones que están siendo cada vez más frecuentes entre los escolares? ¿Será necesario que cada educador se incorpore a estas experiencias virtuales para guiar los procesos personales de sus alumnos?

· ¿Cómo proyectar la educación del futuro, de manera que pueda lograr sus fines en un contexto exageradamente nuevo y desconocido para los maestros?


Más allá de estas preguntas, la situación descrita es manifestación de la grave crisis por la que atravesamos como cultura, la que desde luego afecta a la educación, principalmente en lo que se relaciona con el modo de abordar los procesos formativos en una época de transición, pues, como dice Morin (1999) “El desarrollo mismo ha creado más problemas de los que ha resuelto y ha conducido a la crisis profunda de civilización que afecta las sociedades prósperas de Occidente.”

La tecnología, en su variable Internet, se ha instalado en el corazón de Occidente, y su influencia, en tanto fuente de información que goza de la confianza de la mayoría, parece infinitamente superior a la que antes ejercían el maestro y secundariamente, el libro. No obstante, los sistemas educativos -al menos en Chile- por más esfuerzos que parecen hacer para integrar este fenómeno en sus análisis y consecuentes políticas, van siendo rápidamente sobrepasados por las emergentes ‘novedades’ en este ámbito.

Desde el punto de vista de la formación personal, este fenómeno plantea a la educación desafíos muy difíciles de abordar, pues los estudiantes se ven expuestos a una multiplicidad de contenidos, bajo los cuales subyacen valores muy ajenos a los de su cultura de origen, lo cual dificulta la tarea de integrarlos a ésta, propósito elemental de la formación en educación.

En cuanto al tema de la identidad y construcción del proyecto de vida, el Internet, y particularmente el Chat, expone a los jóvenes a un tipo de realidad en la que éstos no sólo pueden ocultar su identidad, sino también experimentar con otras identidades, lo cual puede resultar sano si el individuo realiza de modo conciente este ocultamiento y traslape de identidades; pero no tenemos claro si esto ocurre efectivamente en la experiencia de niños y adolescentes, e incluso de adultos.

Creemos que más allá de la posible confusión de identidades que pudiera generar este tipo de experiencias, es más preocupante la brecha que parece abrirse entre la realidad concreta y la realidad virtual.

La vivencia de la realidad virtual (hoy las personas, incluso tienen sexo a través de la red), es una realidad desdibujada, una pobre sombra de la realidad material o sensible, y las personas no parecen repararlo. Esta idea nos remite a Platón y su Alegoría de la Caverna, en donde éste describe magistralmente la condición humana respecto del conocimiento: hombres privados desde siempre de la luz de la inteligencia permanecen convencidos de que la realidad está constituida por las sombras de la verdadera realidad, a la que literalmente dan la espalda. Aunque Platón con esta alegoría pretende enfatizar la importancia de la inteligencia en el conocimiento de la realidad, lo que consigue es abrir una gran brecha entre la realidad sensible y la realidad inteligible. Actualmente esta brecha (aunque nunca se ha cerrado definitivamente) se reedita, ahora entre una realidad virtual y una realidad sensible o material: diríamos platónicamente, hombres cegados a sus sentidos por las sombras de la imaginación.

Construir la propia identidad y el propio proyecto de vida es una tarea que debe hacerse de cara a la realidad concreta, material; pues el propósito de esta construcción es el bien vivir, y vivimos, coexistimos en una realidad social regida por normas, cuyo incumplimiento es severamente castigado en la dimensión material y no en la virtual.

No obstante lo anterior, pudiera ser que nuestro análisis obedezca a una concepción empobrecida del mundo, pues así como Platón enfatiza la inteligencia como facultad esencial para el conocimiento, tal vez ahora la red y el ciberespacio (entidad abstracta colectiva, en la que todos parecemos confiar) esté enfatizando la importancia de la imaginación para la construcción de un mundo interconectado.


OTRA PERSPECTIVA

El enfoque de la ‘complejidad’ constituye una estrategia para abordar la problemática de la sociedad postmoderna, pues los rasgos que la constituyen rebasan nuestras posibilidades de percibirla, de conocerla y de abordarla en consecuencia, tal es el grado de dispersión que la diversidad actual trae consigo.

Edgar Morin (1999) señala, en relación al concepto de complejidad, que “El mundo se vuelve cada vez más un todo. Cada parte del mundo hace cada vez más partes del mundo, y el mundo como un todo está cada vez más presente en cada una de sus partes. Esto se constata no solamente con las naciones y los pueblos sino con los individuos. Así como cada punto de un holograma contiene la información del todo del cual forma parte, también ahora, cada individuo recibe o consume las informaciones y las substancias provenientes de todo el universo.”

Ahora bien, la tecnología, específicamente la red de Internet, es una variable de mucho valor para la construcción de la identidad personal, en la medida en que permite ampliar nuestros referentes de identificación. Así ocurre, por ejemplo, con la información que obtenemos de otras culturas, que logran trasmitirnos caminos y estrategias de crecimiento personal, que no son parte de la nuestra, pero que coinciden en sus fines. No obstante, en Internet no toda la información es proclive a los fines de la formación humana que como cultura nos hemos trazado. Abundan las páginas que contienen pornografía, violencia, y en general, imágenes y literatura que muestran una realidad descarnada, porque debemos reconocer que lo que allí se muestra es también parte de la ‘realidad’ concreta, independientemente de que el fenómeno mismo pertenezca a la llamada realidad virtual.

Cuando, como educadores, nos enfrentamos a esta dimensión de la realidad que se muestra en su virtualidad, nos inunda el ‘miedo’; miedo de que ésta tenga una influencia decisiva en la formación personal de los niños y jóvenes. No obstante, debemos reconocer que no hemos reparado lo suficiente en que dicha influencia puede ser nefasta, pero también puede no serlo, pues este juicio dependerá de los modelos valóricos que los más viejos hayamos adquirido en el transcurso de nuestra vida, Quizás nuestro modelo de ‘formación humana’ puede considerarse en la actualidad un producto de nuestra ‘inteligencia ciega’, como lo refiere Gallegos (2000), citando a Morin. “Cuando Morin (1998) habla de la complejidad se refiere a lo enredado, al desorden, a la ambigüedad, a la incertidumbre, lo que implica la necesidad de un pensamiento múltiple y diverso que permita su abordaje. El no reconocimiento de esta dialógica orden/desorden nos sumerge en lo que él llama una ‘inteligencia ciega’.”

Revisando el concepto de ‘complejidad’, destacamos lo que al respecto señala Miranda (2003). “La complejidad es... una visión o enfoque más integrador de la multiplicidad, que reconoce las interacciones de diversos elementos y su organización en redes no estructuradas inicialmente, y los fenómenos emergentes que significan una ruptura con estructuras establecidas, o con constreñimientos impuestos, y desde el punto de vista epistemológico es una construcción transdisciplinaria, que incluso se ha comenzado a considerar como “la tercera cultura”, es decir, como un nuevo saber integrador de las ciencias “duras” y las humanidades. Es además un paradigma que se centra en el proceso y sus potencialidades internas, en el cambio, en lo interno, pero en su vínculo con el contexto, con las subjetividades, y donde juegan un papel decisivo los llamados “atractores”, o tendencias del sistema al orden, a la estabilidad, o como dice Roger Lewin: “estados en los que el sistema acaba estabilizándose o adaptándose”. Es un enfoque que centra su atención en la autoorganización de los organismos y sus posibilidades autocreativas y autoterapeúticas. Es un enfoque que describe muy bien los llamados “sistemas complejos adaptativos”, que se autoreproducen, que poseen autonomía y capacidad de evolución, como es el caso de los organismos biológicos, el propio hombre y la sociedad”.

De acuerdo a lo anterior, en una nueva lectura del fenómeno Internet bajo el prisma de la complejidad, los educadores debiéramos, ante todo, hacer concientes nuestros miedos, y dar paso a una mayor confianza en los procesos internos del ser humano, concebido como organismo que tiende naturalmente hacia su crecimiento y autorrealización. En otras palabras, si aceptamos la premisa de que los organismos avanzan hacia su propia estabilización, entre ellos el ser humano, entonces, los nuevos modelos de humanidad que se transmiten por esta vía, por muy distintos -y hasta contrarios- que sean respecto de los antiguos que cobijaron la formación de nosotros los mayores, dejaremos de concebirlos como la materia prima de verdaderos ‘engendros demoníacos’, como a veces elucubramos los educadores.

Sin embargo, debemos precisar que esta ‘confianza’ no significa descuidar los procesos formativos, dejándolo todo a la mano de Dios. Muy por el contrario, los educadores debemos hacer grandes esfuerzos para abrir nuestra capacidad de percepción e interpretación y flexibilizar nuestros ‘modelos’ establecidos, con el propósito de involucrarnos en las realidades emergentes e imbuirnos del espíritu de nuestra época, de modo tal que podamos ‘conducir’, o al menos ‘facilitar’ el paso de los niños y jóvenes por esta gran encrucijada de transformación. “Abordar la educación desde el punto de vista de la complejidad implica sumergirse en los intersticios de los saberes y aceptar el desafió de la incertidumbre de su conclusión.” (Miranda, 2003).

¿Qué tipo de seres humanos seremos en el futuro? Es una pregunta por responder. Quisiéramos imaginar que los jóvenes del futuro formarán su identidad personal de modo más integrado que como lo hicimos los viejos en el pasado, aceptando con mayor confianza el lado oscuro de la realidad, como el Demian de H. Hesse; o tal vez esta identidad pueda ser expresión de lo mejor de cada cultura; pero nos asalta la preocupación de que, dados los cambios tan radicales que la actualidad va generando, nuestra previsión del hombre futuro -necesaria para pensar la educación- no tenga relación alguna con la realidad posible que estos cambios están operando ya en el ser humano.

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